El conde estaba imbuido por el calor y belleza de aquel pequeño y hermoso colibrí de alas nerviosas que despedían fuego y miedo, de vuelo tan frágil e inquieto que dentro de la jaula se volvía locura fría. Ignorando las palabras del sirviente, se acercó con cuidado, abrió la verja mostrando confianza, enseñando toda su ternura, y ofreciendo la palma de su mano al alado esperó con paciencia. Pasaron minutos, horas, semanas, años y una eternidad. Pero tras todo aquel intervalo de tiempo (en el que quizás nunca se movió el minutero) el colibrí se acercó. Se dejó atrapar en la calidez de esa palma, la acarició con su plumaje y besándola levemente con su suave pico batió las alas para perderse en su propio encanto, en un bosque de flores de eternos y salvajes colores que le devolvieran su antiguo ropaje y le dieran fuerza para resquebrajar todo miedo con sus alas bañadas en llamas.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog y ánimo! Me encanta la parte de "pasaron minutos, horas, semanas [...] el colibrí se acercó."
ResponderEliminarGracias SEÑOR MOSTAZA, me alegra que le haya gustado. Es un honor que usted haya sido el primero, saludos al honorable Mr. Mustard.
ResponderEliminarque palabras mas tiernas y dulces entran por mis ojos para llegar a lo mas profundo de mi corazon y hacerlo latir a un ritmo de tambores
ResponderEliminarMuchas gracias Anonim@, tienes poesía en el alma. Gracias.
ResponderEliminarEs importante tender esa mano para dejar libre algo q permanece encarcelado en jaula de oro........
ResponderEliminarSí, lo que pasa es que a veces las acciones no pasan de las palabras. Pero con el tiempo seguro que todo cambia. Gracias por el comentario, Anónimo2.
ResponderEliminarA veces el tiempo no cambia nada, y como dice, las acciones se quedan en palabras que se lleva la tramontana
ResponderEliminar